Descripción enviada por el equipo del proyecto. Una enorme vocación religiosa y un robo son las circunstancias que dieron origen a las decisiones rectoras de este proyecto.
Los futuros habitantes de esta casa narraron, durante el proceso de diseño, la forma en que habían sido víctimas de un robo dentro de su casa mientras ellos no estaban. Esta situación los hizo sentir expuestos y muy vulnerables, considerando que el barrio es conocido por el constante aumento de los índices delictivos. Sin embargo, sus raíces son profundas y muy arraigadas al territorio, por lo que se negaban a abandonar el lugar donde hicieron su vida.
Por esta razón, ellos buscaban un proyecto muy discreto, austero, sin ornamentos ostentosos, con muros altos, y sin ventanas hacia el exterior. Se entiende entonces, que esta sería la forma en que la arquitectura podía devolverles la pérdida de su sensación de seguridad.
Estas comprensibles peticiones se unieron a la enorme vocación religiosa que se descubrió durante el proceso de diseño. Al abrir la puerta principal de su casa, fue una gran sorpresa descubrir la enorme cantidad de cristos, vírgenes, ángeles, objetos religiosos, y barrocos que llenaban el espacio. Para nuestra sorpresa, buscaban todo lo opuesto: un frio y hasta estéril minimalismo que a veces resultaba difícil de digerir incluso para nosotros.
De alguna manera deseaban desprenderse de todo aquello, pero nos parecía que la casa debía evocar cierto espíritu religioso; esto sería a través de formas que recordaran aquellos espacios sagrados que les hacía sentir protegidos y seguros tanto física como espiritualmente. La arquitectura conventual nos daba una buena guía para resolver este encargo.
La casa, al igual que un convento, se organiza a partir de una secuencia de patios; a cada patio lo acompaña un espacio cubierto por una bóveda de cañón corrido que difumina los límites de la cubierta, suaviza la luz, y hace un guiño a la catedral de Morelia y a las numerosas iglesias barrocas cercanas al emplazamiento de la casa.
La casa nos recuerda las arquerías bajo las que se cubrían los peregrinos y viajeros alrededor del patio del convento de San Agustin, sembrado con árboles de naranja para alimentar y dar de beber.
Así pues, la arquitectura en este caso busca dar una solución a la desagradable circunstancia que vivieron, ayudados de una arraigada fe que se ve reforzada por formas legibles, luz, y espacio.